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El chef mallorquín Toni Pinya asegura no tener problemas a la hora de cocinar un frito de matanza, aunque no pruebe el resultado.
Resulta paradójico que Toni Pinya, uno de los cocineros más conocidos entre los fogones de Mallorca —cuna de exquisitas sobrasadas— no coma ni una pizca de cerdo. La causa radica en su conversión al judaísmo.
Tras 59 años de agnosticismo, asegura haber descubierto su religión «entre las cacerolas, mientras averiguaba los orígenes de la cocina mallorquina» —dice—, la misma cocina que tiene productos como la sobrasada entre sus referentes, con permiso de la ensaimada.
«Soy especialista en la gastronomía mallorquina porque es lo que siempre he defendido y con lo que siempre he disfrutado», asevera Pinya, quien no duda en asegurar que esta cocina es compatible con su religión, a pesar de no poder comer cerdo, caracoles, conejo o marisco. «Se ha acabado el comer gambas. Del mar, sólo se pueden comer peces con escamas y aletas», explica el cocinero. «Es la cocina de Dios porque él te marca las pautas de qué comer, cómo comerlo y por qué hay que comerlo», indica.
Ponerse manos a la obra con un frito de matanza tampoco es un obstáculo para este veterano de los fogones. «No tengo ningún problema en cocinarlo, sólo que no lo pruebo». El también profesor de cocina —ya retirado— explica que cuando daba clases y había un examen sensorial «los alumnos conocían mi situación. Les dije que, si algún día tras probar la comida me veían escupirla, no era porque estuviera mala, sino por razones religiosas».
Pinya echa en falta más establecimientos con comida apta para judíos, denominada kosher. «Un alimento kosher es el que cumple las normas del judaísmo: desde la manipulación de la tierra hasta la forma de cocinarlo. Cuando hablamos de producto elaborados, la primera norma es que la manipulación ha de hacerla una persona judía y el proceso ha de revisarlo un rabino».